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espiritualidad cristiana 1.

3 CAPÍTULO TERCERO: ELEMENTOS CONSTITUTIVOS DEL SEGUIMIENTO DE JESÚS

En los dos capítulos anteriores buscamos hacer un acercamiento a la realidad de la espiritualidad en dos momentos: en un primer momento, desde el punto de vista sociológico, para describir la manera como se concibe la espiritualidad hoy, y en un segundo momento, desde un punto de vista histórico, para constatar el proceso que ha tenido la espiritualidad cristiana en occidente, de qué manera ha sido articulada, cuáles han sido los factores que la han modelado en el transcurso de los siglos, hasta llegar a la comprensión actual.

La espiritualidad cristiana no tiene ni puede tener más origen y más fundamento que la persona de Jesús y su existencia concreta. Pero como se ha dicho muy bien la forma más radical de recuperar al Jesús histórico y hacer de El, origen y fundamento de toda vida cristiana aparece en los evangelios como invitación y exigencia de Jesús a su seguimiento. Por esta razón, el presente capítulo pretende identificar los elementos que constituyen el seguimiento de Jesús a partir de los datos que ofrecen los evangelios, de manera que permitan posteriormente, articular una espiritualidad cristiana en clave de seguimiento.

Para este cometido debemos tener en cuenta que los evangelios no desarrollan sistemáticamente la idea de seguimiento, pero ofrecen elementos que permiten dar cuerpo al mismo, como una realidad dinámica, que conduce a quien lo asume a entrar en comunión de destino con aquel a quien se sigue, en un continuo proseguir su obra, perseguir su causa, por la acción del Espíritu.

Para el desarrollo del presente capítulo abordaremos los elementos que consideramos constitutivos del seguimiento de Jesús, esto es, el llamado, la misión (Servicio al Reino) y la comunidad, de manera que evoquen la actitud de marcha hacia adelante, de avance y de progreso contra todo inmovilismo y deseo de seguir mirando hacia atrás (Lc 9,62), de espaldas a la realidad. Estos elementos estarán precedidos por unas líneas generales acerca del seguimiento.

Aclaramos que los temas a los cuales haremos referencia, no se encuentran explícitamente en los textos evangélicos en el orden en que serán ubicados, de manera que estará presente un esfuerzo de interpretación de nuestra parte, y a su vez el deseo de ser fieles a los mismos, es decir, no alterando la esencia de su mensaje.

3.1 Generalidades sobre el seguimiento

El verbo seguir (ákolouzein) tiene un profundo arraigo en las principales fuentes de la tradición primera, tanto en los Sinópticos como en Juan; y con la única excepción de Apocalipsis 14:4 dice siempre relación a palabras y gestos concretos del Jesús histórico. Marchar detrás o continuar los pasos de Jesús es la actitud característica de los que fueron llamados como testigos de su vida y actuación. Realidad diferente a los términos imitar – imitación, que aparecen con frecuencia en los escritos paulinos.

El seguimiento de Jesús expresa una dimensión esencial de la existencia cristiana, el mismo término seguimiento la marca como algo dinámico, como una realidad en tensión hacia el final: el acontecimiento maravilloso del Reino de Dios, iniciado con la misión de Jesús (seguimiento prepascual), y el acontecimiento de su resurrección, que la fe pascual interpretó como el comienzo de la nueva humanidad (seguimiento pospascual).

Para evitar una contraposición que puede darse entre el seguimiento del Jesús histórico y el del Resucitado, es necesario tener en cuenta que el Jesús histórico es el mismo Resucitado y lo contrario; por esta razón, el seguimiento en ambos casos lo es de una persona viva y por ello se trata de una presencia, así como de una comunión personal en el camino y la vida – terrena y eternizada – de Jesús; aunque la forma de participación o comunión sea distinta, pues en el segundo caso esa comunión vital acaece a través de una mediación sacramental.

El punto de arranque del seguimiento está en la invitación que Jesús dirige a los que él quiere, quedando marcado así, el carácter profético de la nueva existencia del seguidor: su origen, lo mismo que el origen de la vida del profeta, está en la elección soberana de Dios que actúa por medio de su representante. Este rasgo aleja el seguimiento de Jesús del mundo de la institución escolar helenista y judía (aprendizaje de los discípulos con un maestro, rabino). Las analogías habrá que buscarlas en otros fenómenos de seguimiento de tipo profético o carismático.

El seguimiento de Jesús en correspondencia con su misión tuvo un carácter carismático profético ; pero se trató de un movimiento especial y único, la comparación con otros fenómenos de seguimiento de aquella época sirve para precisar y valorar esa novedad. A continuación damos algunas indicaciones.

Las diferencias con la institución de la escuela y especialmente con la de la escuela rabínica judía, son fundamentales: actividad misional, frente a la enseñanza escolar; vida itinerante, frente a la estabilidad de lugar; desarraigo social y marginación frente al prestigio comunitario; conductas anómalas, frete a la normativa legal como centro del aprendizaje; pecadores y mujeres dentro del grupo de seguidores, algo escandaloso en una escuela rabínica.

Jesús no tuvo, ciertamente, una formación de rabino, ni su enseñanza y praxis eran de tipo rabínico. El término rabí o rabuní de los textos evangélicos es un título honorífico que no tiene el significado específico de rabino. La misma gente lo identificaba con una figura profética carismática, y no con un rabino (Mc 1: 22.27; 6:14-16; 8: 27-30). Por otra parte, el término discípulo no se aplicaba exclusivamente al alumno de una escuela, sino también al seguidor de figuras carismáticas.

Los diversos movimientos mesiánicos y proféticos del judaísmo palestino del tiempo de Jesús significaron un especial florecimiento de la antigua tradición carismática israelita; todos ellos vivían de la esperanza de la pronta transformación de aquella situación calamitosa en la que estaba el pueblo judío de entonces.

Los movimientos análogos de renovación milenarista están marcados siempre por una figura profética dominante. Estos movimientos de carácter popular, fueron los que provocaron el seguimiento de sus jefes carismáticos por parte de amplias capas de la población oprimida. En ese amplio contexto hay que encuadrar, concretamente, la figura profética de Juan el Bautista, a cuyo movimiento se ligó en un primer momento Jesús.

En el mundo helenista de entonces era frecuente el fenómeno del seguimiento de figuras carismáticas con poderes especiales, que desarrollaban su actividad itinerando de una ciudad a otra. Sus tipos eran muy variados: magos, taumaturgos, profetas, filósofos, propagandistas de cultos. Especialmente significativa era la figura del filósofo cínico, que con su proclamación y estilo de vida provocador intentaban ser un signo crítico y de contraste frente a la sociedad urbana de entonces, que él consideraba como una degradación de la auténtica vida humana.

Es innegable una cierta afinidad sociológica entre ese fenómeno helenista y el seguimiento de Jesús. De hecho, según el testimonio de las cartas de Pablo, los antiguos misioneros cristianos helenistas fueron frecuentemente confundidos con esas figuras carismáticas ambulantes.

Pero es claro que de ningún modo se pueden igualar, ya que el acontecimiento del Reino de Dios, a cuyo servicio estaba la misión de Jesús y de sus seguidores y el contexto económico, social y cultural de los pequeños poblados galileos, en donde se desarrolló esa misión, estaban muy alejados del mundo religioso y social de las grandes ciudades helenistas, en donde actuaban los filósofos cínicos.

De todo lo anterior podemos decir que la aparición y el destino de Jesús vienen a condensar las tensiones características de la sociedad judía del siglo I d.C., y también que es en los movimientos proféticos–carismáticos, donde encontramos las afinidades más cercanas al seguimiento de Jesús, tanto en su característica de esperanza en la gran transformación, producida por la actuación de Dios, como en sus implicaciones sociales, reflejo de la situación palestina de entonces.

Lo que marcaba la gran diferencia con respecto a esos movimientos era la concreción que Jesús daba de esa esperanza difusa con su proclamación y actualización del acontecimiento salvador, ya iniciado en el presente, que él llamaba Reino de Dios. Precisamente en función de ese acontecimiento nuevo estaba el seguimiento al que él invitaba a algunas personas y no a todo el pueblo, como era el caso en algunos de esos movimientos mesiánicos proféticos.

3.2 El Llamado

“Al pasar vio a Leví, el de Alfeo, sentado en el despacho de impuestos, y le dice:Sígueme. El se levantó y le siguió”. (Mc 2,14)

Es un hecho indudable que Jesús llamó a discípulos a seguirle. El verbo llamar se encuentra a lo largo de todo el nuevo Testamento, tanto en los evangelios como en los restantes escritos constituyendo así un signo de continuidad entre el llamamiento del Jesús histórico y el del Resucitado.

En los evangelios este verbo adopta diversas formas; remite a una llamada al seguimiento por parte de Jesús, pero destacando de manera especial no sólo la iniciativa de Jesús, sino también la transmisión o la comunicación a los discípulos de su propio poder para sanar y curar. De igual forma el verbo llamar aparece con el sentido de invitar a la mesa como signo del reino: parábola de las bodas (Mt 22:3–4.8–9; Lc 14:16–17.24) o en otros convites (Lc 7:39; 14:7–13.16; Jn 2:2).

La llamada de Jesús se ajusta en los evangelios a un esquema estereotipado: a) Jesús pasa (Mc 1:16.19; 2:14); b) ve a alguien (Mc 1:16.19; Jn 1:47); c) indicación de la actividad profesional de ese hombre (Mc 1:16.19; 2:14; Lc 5:2); d) la llamada (Mc 1:17-20; 2:14; Jn 1:37); e) dejarlo todo (Mc 1:18.20; no aparece en Mc 2:14, pero sí en Lc 5:11.28); f) el llamado sigue a Jesús (Mc 1:18.20; 2: 14; Lc 5:11.

Es evidentemente claro que el esquema es una construcción literaria y no un relato estrictamente histórico de una vocación. Podríamos decir que se trata de unidades de tradición originariamente independientes, que comienzan por “al pasar vio a un hombre” y terminan por “se levantó y le siguió”. En realidad, seguramente las cosas fueron más lentas y complejas.

En el comienzo de los evangelios sinópticos se encuentran las primeras escenas de vocación de discípulos al seguimiento, inmediatamente después del inicio y la predicación del Reino de Dios (“el reino está cerca; arrepentíos y creed en el evangelio” Mc 1:9–15). Es a partir de este momento donde se sitúa el primer llamamiento al discipulado de los dos hermanos, Pedro y Andrés, en el Lago de Galilea. Acto seguido dirige una segunda invitación a otros dos hermanos, Santiago y Juan. Jesús pasa junto a ellos cuando están realizando el trabajo diario y dice: “Veníos conmigo” (Mc 1:17; 1:20; 2:14). En todos los casos, abandonan inmediatamente su tarea y “lo siguieron” (Mc 1:18; 1:20; 2:14).

En la escena del llamado se destaca con vigor la iniciativa de Jesús y su autoridad: de él proviene siempre la llamada, dirigida de forma incondicional a personas concretas. No valen disculpas para no seguir prontamente tal llamada; se abandona todo y se sigue al que llama. Quien pide un aplazamiento es rechazado (Mt 8:19.21-22; Lc 9:57-60).

En este caso, la actitud de obediencia del discípulo, unida al abandono inmediato de otras vinculaciones anteriores es la manera como el seguimiento se ordena a la incorporación al ministerio de Jesús: serán pescadores de hombres, llamados a un servicio que deberá ser la prolongación de la diakonía de Jesús, con vistas a la construcción del Reino.

La llamada de Jesús es, por tanto, una llamada a reconocer que el Reinado de Dios es una realidad que apremia a quienes escuchan su mensaje, instándolos a tomar urgentemente una decisión que no admite demora. La decisión no puede ser postergada sólo porque la vida sea agradable o los negocios florecientes o porque otras responsabilidades no nos dejen tiempo.

Tal llamada es cuestión de vida o muerte, a tal punto que dispensa del deber de hacer una obra de misericordia (enterrar a los muertos), deber, que se consideraba casi superior al
cuarto mandamiento, y que eximía de cualquier otra obligación prescrita por la ley.

Para continuar con nuestro estudio es necesario agregar esa aparente arbitrariedad con que están presentadas algunas de las llamadas, en las que no encontramos en Jesús ni una presentación personal ni un programa, ni una meta, ni un ideal, ni siquiera se hace una alusión a la importancia del momento o a las consecuencias que aquello va a tener o puede tener. Sin embargo no existe nada de eso. Hay un imperativo de una persona, casi desconocida y, a pesar de todo, un seguimiento total. Sólo queda la llamada en sí misma, abierta a todas las posibilidades y, por eso mismo, inabarcable en todo lo que supone y conlleva.

Con esto se quiere marcar un precedente que luego va a hacerse presente a lo largo de todo el contacto de los discípulos con Jesús, ya que la llamada lanza a un futuro totalmente imprevisible. Este precedente va a ser mayor que todas las dificultades, ya que va a llevar a los discípulos a una serie de situaciones imprevistas por ellos (Mc 8:31 – 33; Mt 26:14–16. 20–25. 30-35; Lc 9: 22–26; 24: 13–27) y donde cabría el argumento que muchas veces oímos nosotros: “Yo, cuando me decidí, no sabía a qué me exponía y no sabía que iba a llegar a esto“.

En torno a este llamamiento de los discípulos (previo a él en Lucas y posterior en Marcos) aparece un seguimiento por parte de la gente que venía a él de todas partes (Mc 1: 45; 2: 13); pero en este caso, los verbos venir–seguir aparecen en indicativo; no en imperativo, lo que indica también una vocación a partir de la atracción que Jesús ejerce sobre el pueblo, a través de su palabra y su singular actuación, que son acogidas como una verdadera invitación o llamada a la conversión y al seguimiento.

Jesús llamó a su seguimiento no sólo a justos sino también a pecadores. Es así, como el segundo relato de vocación, después de los primeros discípulos (Pedro Andrés, Santiago y Juan) es el de Leví, el publicano, considerado oficialmente como un pecador. Jesús lo llama de modo inesperado: “Al pasar, vio a un hombre, y le dijo: sígueme. Y él levantándose, le siguió, dejándolo todo” – añade Lucas – (Mc2:13–14; Mt 9:9; Lc 5:27– 28).

Aparece aquí por primera vez la renuncia a las riquezas (los impuestos recaudados), que nos revela cómo la llamada de Jesús encierra un indudable sentido de donación de gracia y salvación: Jesús (en nombre de Dios) salta por encima del muro, hasta entonces insalvable que separaba a justos de pecadores.

Otro elemento a tener en cuenta sobre el tema del llamado no se nota tanto en los evangelios, pero sí en la comparación con las prácticas rabínicas, y lo han subrayado casi todos los exegetas; un rasgo que diferencia mucho de la manera como Jesús plantea su discipulado de la del resto de los rabinos.

Cualquier rabino tiene a sus discípulos, pura y simplemente, para enseñarles la ley y, además, no es el rabino el que llama, sino que él abre una escuela y entonces, según la fama y la importancia que tenga, el discípulo va eligiendo al maestro que quiere. En cambio Jesús, hace discípulos no para enseñarles la ley y convertirlos en maestros de la ley, sino para vincularlos cada vez más a su persona; además no son ellos los que acuden, sino que él es quien los elige.

La llamada al seguimiento es, pues, vinculación a la persona de Jesucristo. El, es quien llama. La respuesta del discípulo consiste en una acogida libre, voluntaria y obediente. Es una llamada gratuita que no opera por mérito alguno, pero que una vez acogida, compromete a la persona entera y todo su mundo de relaciones, ya que se trata de algo serio, pues supone un giro total en la vida de una persona: romper con el pasado y abrirse a una nueva tarea y un destino totalmente imprevisible.

Jesús no llama a nadie para una tarea vacía e innoble, sino todo lo contrario; según el testimonio de los evangelios sinópticos, Jesús llama a los discípulos para hacerlos pescadores de hombres (Mt 4:19. Mc 1:17. Lc 5:10); esta tarea que debe asumir el discípulo significa que el seguimiento tiene como objetivo trabajar en bien del hombre, para sanear, vivificar y liberar a todo el que lo necesita. Contribuyendo con ello a la construcción del Reino de Dios (Mt 6:33).

La llamada al seguimiento genera no una relación estática, sino dinámica que se desarrolla en un proceso que se percibe sobre todo en las exigencias del seguimiento que, sobre todo en Marcos, se acrecienta con el abandono de Galilea y la decisión de subir a Jerusalén.

La radicalidad que surge al asumir con todas las consecuencias el seguimiento, sin buscarlo puede llevar a conflictos y tensiones, fruto de la reacción que causa una fidelidad absoluta al Evangelio. A causa de Cristo el discípulo será objeto de odio (Mt 10,22-25. Jn 15,18-25; 16,2), de división (Mt 10,34-35) y frente a Él es imposible mantener la falsa prudencia de la indefinición, pues se está con Él o contra Él (Lc 11,23).

La radicalidad del seguimiento tiene su mejor encarnación en la actitud de Jesús al entregar su vida por los demás (Jn 10,15-18; 13,1…). La cruz queda, de esta manera, como un signo indiscutible del compromiso radical, de la fidelidad absoluta al Padre (Lc 22,5-42), de la caridad llevada al extremo, de la búsqueda por el último lugar (Mt18,4. Lc 10,43-45. Jn 13,4…), de la renuncia al poder y a la violencia (Mt 26,51-52; 27,12.40-44; Mc 14,61;
15,5).

Ante la radicalización de la llamada al seguimiento nos encontramos con una doble reacción: por una parte, una incapacidad para entender y por otra, temor y miedo. La incomprensión lleva a los discípulos, Pedro el primero, a aconsejar a Jesús el camino del poder y la gloria: el de un mesianismo regio, más acorde con las esperanzas de la época, “lejos de ti, Señor, el padecer “: Mt 16:22; Mc 8:32). Pero Jesús no dará un paso atrás, antes bien renovará la invitación a sus discípulos a seguirle, radicalizándola.

Esta misma situación y parecidos sentimientos se reflejan en el evangelio de Juan: ante la confesión de Pedro y junto a la alusión a quien le había de entregar, el evangelista añade: “desde entonces muchos de sus discípulos se retiraron y ya no andaban con él” (Jn 6:66-68).

3.3 La misión: El servicio al Reino de Dios

3.3.1 Notas aclaratorias

Antes de abordar el tema de la misión es importante aclarar una pequeña dificultad entorno a la comprensión del término “Reino”, ya que la manera como nosotros lo empleamos puede referir al territorio dominado por un rey, dándole de esta manera un carácter estático, locativo , que no hace justicia a la novedosa realidad anunciada por Jesús de Nazaret, quien da al término un carácter dinámico, cualitativo y universal.

Esta dificultad terminológica está referida, ante todo, a un problema de traducción. En el lenguaje que Jesús utilizó originalmente (arameo) la palabra que se traduce por Reino tiene un sentido amplio y dinámico. Lo decisivo para su significado es la idea del reinado ejercido por un rey que incluye la referencia a un territorio en el que se lleva a cabo el mismo. Pero es la idea de ejercer la dignidad real la que se pierde al traducir aquella palabra por Reino.

Por este motivo que resulta más recurrente utilizar el término “Reinado de Dios”, ya que no se refiere al territorio dominado por un rey, sino al señorío de Dios en el corazón de los hombres y en el corazón de la historia.

El carácter dinámico, cualitativo y universal del Reinado de Dios habla de una realidad que acontece progresivamente al interior del hombre y de la historia, pero sin agotarse en ninguna de sus concreciones históricas. O. Cullmann habla de la dimensión escatológica del Reinado de Dios con una expresión que ha venido a ser el locus clasicus en teología: el “ya, pero todavía no”. Es decir, que el Reinado de Dios ya está presente en nuestras vidas y en nuestra historia, a través de la opción fundamental por la persona y el proyecto de Jesús de Nazaret.

Jesús hace presente el Reinado de Dios con hechos y palabras. De tal manera que quienes lo siguen se constituyen en constructores de ese Reinado, que apunta hacia un más allá escatológico, que trasciende todas nuestras precomprensiones sobre el mismo. En este caso, toda concreción histórica no es más que un signo que remite a una realidad siempre superior.

3.3.2 Al servicio del Reino de Dios

Marcos resume la llamada de Jesús al seguimiento con estas palabras: “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertios y creed en la Buena Nueva” (Mc 1:15). La conversión exigida por el Reino de Dios es una conversión a Jesús; en esto radica la importancia teológica de la invitación a seguir a Jesús. Así el Reino de Dios todavía por venir se convierte en una realidad ya presente.

El núcleo de la predicación y de la conducta de Jesús no es su persona, sino la llegada del Reinado de Dios, el cual no sólo promete esa nueva realidad, sino que comienza a realizarla y a mostrarla como posible en este mundo (Mt 12:28; Mc 1:15; Lc 17:21). Jesús llama a sus discípulos para estar con él y para que le ayuden en la predicación del Reino de Dios, que se hace visible en la curación de enfermedades y la expulsión de demonios.

El servicio al Reino de Dios es, por consiguiente un servicio de redención y liberación del hombre. Los discípulos siguen a Jesús haciendo lo que él hace: anunciar el mensaje del Reino de Dios, curar enfermos y expulsar demonios. Esta actividad deben hacerla con una actitud vital que refleje la praxis del Reino de Dios, tal como la vive Jesús con la palabra, la parábola y la acción.

Por lo tanto el seguimiento de Jesús implica no solamente una experiencia de relación e intimidad con aquél a quien se sigue, sino, además de eso una tarea social y pública, en función de la construcción del Reino de Dios y su justicia. Con esto se puede decir que el seguimiento va íntimamente unido a la misión: construcción del Reino; son inseparables.

La adhesión histórica a Jesús implica estar a disposición del Reino de Dios y por tanto estar dispuesto a padecer al servicio de este Reino de Dios y por causa de él. “El que quiera ser mi discípulo, que reniegue de sí mismo, cargue con su cruz y me siga” (Mc 8:34).

Esta es la función central del seguidor y es únicamente desde esta función central como debe entenderse el estilo de vida del mismo, siempre en correspondencia con el estilo de vida de aquel a quien se sigue. Se trata de la existencia del itinerante, con todo lo que ella implica. La perspectiva para comprender el comportamiento del seguidor no es, entonces, la de la ascética o la de la pureza elitista, sino precisamente la de la misión en servicio del Reinado de Dios.

3.3.3 Los destinatarios: El Reino de Dios es para los pobres

Jesús no esperó a que le preguntaran a quién iba dirigido su mensaje. Lo dijo sin que nadie se lo preguntara. En efecto Jesús comprende su misión como dirigida a los pobres: “Me han enviado a anunciar la buena nueva a los pobres” (Lc 4:18). La primera bienaventuranza de Jesús, según Lucas, proclama: “Dichosos los pobres porque de ellos es el Reino de Dios” (Lc 6:20). Jesús responde jubiloso a los enviados de Juan: “A los pobres se les anuncia la buena noticia” (Lc 7:22; Mt 11:5). Estas afirmaciones son de vital importancia para comprender lo que es el Reino de Dios para Jesús y por tanto para quienes le siguen.

Los evangelios establecen la relación entre Reino de Dios y los pobres como un hecho y como una relación de derecho en línea de continuidad con el Antiguo Testamento. Por tanto, no es posible espiritualizar a los pobres porque ellos tienen para Jesús rostro concreto: el pobre, el excluido, la cultura y raza marginadas, la mujer reducida a objeto de comercio, etc.

Si los pobres así entendidos son los destinatarios del Reino, entonces desde ellos se puede comprender mejor en qué Reino pensaba Jesús. Es un Reino parcial, cuyo contenido fundamental es la vida y dignidad para los pobres; esta es la pedagogía que utiliza Dios para tratar a los idólatras del dinero, del poder y de la fama.

En un mundo donde se le rinde culto al dios dinero, el anuncio del Reino de Dios va dirigido a las víctimas sacrificadas en el altar de ese dios. La gratuidad del Reino para los pobres es la mejor manera de denunciar la idolatría de la riqueza. El Reino de Dios es para los pobres porque en ellos, Dios mismo está siendo negado. La parcialidad del Reino es el punto de vista de Dios, por tanto, desde ese punto de vista deben actuar quienes sigan el camino inaugurado por Jesús.

3.4 La comunidad

El acontecimiento misterioso del Reino de Dios, inaugurado con la misión de Jesús, tenía una dimensión global y universal. Su punto de partida era la renovación del pueblo completo de Israel, pero a través de ella se desencadenaría la renovación de todos los pueblos y de toda creación. Esa era la oferta de la proclamación y de la actuación de Jesús,
que estaba dirigida a todos sin distinción alguna.

En función de esa oferta universal estaba la invitación que hizo a los que El quiso, para participar en su misión ambulante en servicio de la instauración del Reino. En estos términos el seguimiento de Jesús no tenía la intención de formar un grupo especial de elegidos al estilo de una secta, o de aprendices de sus enseñanzas para su transmisión posterior, al estilo de una escuela, ni tampoco la imitación de Jesús o el estar en compañía suya, sino precisamente el participar y colaborar en su misión al servicio del Reino.

Jesús llama a sus discípulos para asociarlos a su obra de predicación y curación (Mt 10:17 y 4:23-25). Pero la función de proclamación del Reino no acaece de forma aislada, sino que se basa en una comunidad de vida con Jesús; en una comunión con Él, pues él los eligió para “estar con él” y sólo entonces para enviarlos a predicar; por lo que comunidad de vida y envío a la misión parecen íntimamente unidos (Mc 3:14).

El seguimiento de Jesús implica la incorporación a una comunidad. De hecho Jesús habla de una nueva familia y una nueva fraternidad: constituida por los que le siguen y escuchan su voz: “El que hace la voluntad del Padre es mi hermano y mi hermana y mi madre” (Mt 12:50; Mc 3:35).

Claro está, la incorporación a la comunidad exigía una comunión con él y una participación en su destino, pero el acontecimiento clave era el acontecimiento del Reino de Dios (Mt 6:33), frente al cual, todo lo demás es secundario y tiene validez tanto en cuanto contribuya a la concreción de mismo.

Si echamos una mirada a los evangelios podremos darnos cuenta que en la invitación de Jesús a su seguimiento está implícita una llamada a conformar y construir comunidad,
como espacio existencial indispensable para la realización del Reino. El seguimiento desencadena una experiencia comunitaria capaz de transformar al ser humano haciendo de él un hombre reconciliado, hijo y hermano a imagen de Jesús.

Jesús llama desde el primer momento a cuatro discípulos (Mt 4,18-22) y forma así con ellos una pequeña comunidad. De tal manera que en adelante todos los que fueron llamados por Jesús fueron llamados no sólo a vivir junto a él, sino además y al mismo tiempo a vivir en una comunidad de seguidores. Esta comunidad de seguidores es la que constituye la Iglesia.

Seguir a Jesús es vivir cerca de él asumiendo el mismo destino que él siguió en su vida. Pero es también y al mismo tiempo vivir en una comunidad de seguidores, de manera que la vida comunitaria represente efectivamente la recompensa humana que la persona necesita, dadas las renuncias y exigencias que impone el seguimiento: “Yo os aseguro: nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el evangelio, quedará sin recibir el ciento por uno: ahora en el presente, casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y hacienda, con persecuciones; y en el mundo venidero, vida eterna” (Mc 10:29-30).

El grupo plural e integrador de los seguidores cuya procedencia era diversa, fue, con su estilo de vida, un signo estupendo de la nueva humanidad pacificada y universal cuyo inicio iba a ser el Israel completo renovado, su signo era el grupo de los doce. El desprendimiento de la familia era signo de la formación de la nueva familia universal (Mc 3: 31-35; 10:29-30), no determinada ya por la estructura del poder patriarcal (Mc 9:33-37; 10: 13-16.35-45).

El desprendimiento de las posesiones y la vida ambulante en indigencia y en marginación eran una demostración de la esperanza en el cuidado de los pobres e indefensos por parte de Dios y en la abundancia de su Reino (Lc 12:22-34; Mt 6:19-21.25-34; Mc 10:29-30). Este grupo de los seguidores de Jesús estuvo al servicio del pueblo sedentario que era el destinatario de su misión, siendo a su vez signo claro de la presencia del Reino de Dios y de su potencia transformante.

El capítulo 18 del evangelio de Mateo reúne enseñanzas para la vida en comunidad que eran vividas al interior de comunidades sedentarias de seguidores de Jesús, animadas por los misioneros ambulantes. Estas enseñanzas fueron agrupadas y redactadas por el evangelista como si fuesen un único discurso de Jesús, y en síntesis, las podemos describir de la siguiente manera:

Mt 18:1-5: Quien sigue a Jesús debe vencer todo deseo de competición, de ser más que el otro. Esto significa desterrar toda idea de división, de marginación de las personas, como si los otros dentro de la comunidad, fueran adversarios o enemigos. Se busca no reproducir dentro de la comunidad los vicios de la sociedad.

La propuesta de Jesús consiste en superar las tentaciones de huir del camino y de la misión, rechazando todas las posibilidades de ser mayor (Mt 4:1-11). En la sociedad vale quien es el mayor. Mayor es quien tiene poder, prestigio, riquezas, el saber o las técnicas. La búsqueda por ser el mayor lleva a la lucha por el poder. El espíritu de competición invade todas las actividades y relaciones de la persona.

La comunidad no puede reproducir la ideología dominante en la sociedad: “Los reyes de las naciones ejercen su dominio sobre ellas... Pero vosotros no debéis proceder de esta manera” (Lc 22:25-26). Los miembros de la comunidad no pueden copiar los vicios y reproducir los falsos valores que se encuentran en la sociedad.

Mt 18:6-11: Evitar el escándalo. Eso significa huir del antitestimonio y saber llevar una vida digna, como seguidor o seguidora de Jesús. Para el evangelio el escándalo es dar un falso testimonio, como los escribas y fariseos. Para Jesús es la hipocresía del que habla y no vive lo que dice, engañando a los pequeños (Mt 23:25-27). Es llevar hacia dentro de la comunidad el mismo modo de pensar y obrar, las mismas divisiones y conflictos, odios y enfrentamientos que existen en el mundo.

Vivir en comunidad significa pasar por un proceso de transformación total: arrepentirse y convertirse, como lo pide Jesús (Mt 4:17). Escándalo sería entrar en la comunidad sin vivir este proceso transformador, sin cambiar de vida.

Mt 18:12-14: Saber acoger al hermano, saber buscar a quien se apartó. Mateo cambia el contexto de la parábola de la oveja perdida. En Lucas estaba dirigida a los escribas y fariseos (Lc 15:1). En Mateo está dirigida a la misma comunidad.

La parábola pide que la comunidad reflexione: ¿Por qué alguien que estaba en el camino se ha desviado?, ¿cuál es la actitud de la comunidad frente a esta persona?, ¿qué culpa ha tenido la comunidad?.

Mt 18:15-18: La corrección fraterna. ¿Qué hacer con un hermano o hermana que hizo daño a la comunidad? Jesús presenta tres posibilidades: primero el diálogo fraterno entre ofensor y ofendido. La iniciativa pertenece al ofendido. Si no da resultados, llamar a algunas personas para que ayuden en el proceso de reconciliación. La última instancia es la comunidad.

Mt 18:19-20: La comunidad debe perseverar en la oración. Debe orar siempre. La unidad de la comunidad se consigue en la práctica de la oración en común. Desde el principio la comunidad encontró en la oración un camino de perseverancia, un medio para vencer todas las dificultades (Hch 2:42-47; 4:34).

Jesús garantiza su presencia en medio de la comunidad siempre que dos o más estén reunidos en su nombre. Al mismo tiempo la oración es la garantía de que el Padre que está en los cielos oye y provee las necesidades (Mt 6:8; Jn 15:7.16).

Mt 18:21-34: Saber perdonar siempre, totalmente, con generosidad, sin límites. Un perdón radical y sin exigencias. Jesús enseña, a través de su respuesta, que el deseo de perdonar debe ser siempre mayor que el deseo de venganza. Con la parábola, Jesús deja muy claro que ante el amor generoso que el Padre tiene por nosotros, la exigencia de perdonar que se nos pide es algo muy pequeño. El poder de perdonar se lo da a toda la comunidad. La comunidad reproduce la actividad del propio Padre que está en los cielos (Mt 18:35).

Concluimos este tercer capítulo recordando que los elementos anteriormente planteados buscaron ser un acercamiento y un esfuerzo de interpretación de aquello que los Evangelios quieren trasmitir sobre el seguimiento de Jesús. Con la postulación de estos elementos no pretendimos ni agotar el tema, ni mucho menos mostrar una visión reduccionista del mismo, sino por el contrario, recoger los elementos que considerábamos, conforman los fundamentos del seguimiento, teniendo como precedente el testimonio contenido en los Evangelios.

Está claro en los evangelios que los discípulos de Jesús no se pusieron a seguir una teoría, ni se fueron al desierto a practicar sacrificios ni penitencias, largos rezos y rituales religiosos. Los discípulos siguieron a Jesús, siguieron el destino de Jesús y sólo de esta manera aprendieron quién era y comprendieron el sentido profundo de su anuncio (el Reino de Dios).

Los discípulos conocieron a Jesús al compartir su destino; no le conocieron en el estudio y la contemplación, en la piedad y en los ceremoniales del templo. El seguimiento fue la escuela donde ellos comprendieron que la adhesión histórica a Jesús implica estar a disposición del Reino de Dios y por tanto estar dispuesto a padecer al servicio del mismo y por causa de él..

La función central del seguimiento está en el servicio incondicional al Reino de Dios. Únicamente desde esta función central, es posible comprender el estilo de vida de los seguidores, quienes en correspondencia con el estilo de vida de Jesús, colaboran en su ministerio profético: anunciar el mensaje del Reino, curar a enfermos y expulsar demonios; dicha actividad deben hacerla con una actitud vital que refleje la praxis del Reino de Dios, tal como la vive Jesús con la palabra, la parábola y la acción.

Seguir a Jesús es una tarea exigente y comprometida hasta el extremo. Pero es también, y al mismo tiempo, una llamada a la alegría del que encuentra un tesoro incalculable (Mt 13:44) y del que vive en un espacio humano que colma sus aspiraciones (Hch 2:42-47). Como lo dice Jiménez Limón: "Quien centra toda su vida en el seguimiento de Jesús, en el trabajo por el Reino, quien lucha con toda el alma por la justicia, quien es capaz de afrontar la conflictividad que brota de ahí, quien se mantiene a pesar del peligro de la vida, quien sigue firme con confianza en Dios y obediencia a la misión, es porque considera que Jesús no es sólo un ejemplo inspirador, sino la donación de Dios al mundo, el único camino de ir hacia el Reino y el Padre. Es el Hijo.”

Todo lo desarrollado en este capítulo nos ha llevado a la convicción de que no hay espiritualidad verdaderamente cristiana sin un seguimiento real y comprometido por prolongar en la historia el camino iniciado por Jesús, porque no puede haber acceso a Jesús sin seguimiento. De tal manera que el seguimiento y sólo el seguimiento nos puede dar la clave para entender y vivir la espiritualidad cristiana (vida cristiana) hoy, que es el tema del próximo capítulo.

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