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LA MUERTE COMO ACONTECIMIENTO BIOLÓGICO Y PERSONAL

- La muerte como escisión
- La muerte como decisión
- La muerte, fenómeno natural y consecuencia del pecado.

* * * * *

La muerte como acontecimiento biológico y personal
A la luz de esta concepción unitaria del hombre cuerpo-alma, ¿qué
significa la muerte? La definición clásica de muerte como separación
del alma y del cuerpo se caracteriza por una grave indigencia
antropológica, pues presenta la muerte como algo que afecta
solamente a la «corporalidad humana» y deja al «alma»
completamente intacta. Esta descripción considera la muerte como un
hecho biológico: cuando las energías biológicas del hombre llegan al
punto cero, entonces sobreviene la muerte. Esta concepción sugiere
también que la muerte es algo que sobreviene extrínsecamente a la
vida: ambas, muerte y vida, se oponen; no existe entre ellas ninguna
interrelación. Por ello, en la definición clásica, la muerte es un
acontecimiento que aparece sólo al final de la vida biológica. Por el
contrario, en la visión antropológica que hemos expuesto la muerte
surge no como un simple hecho biológico, sino como un fenómeno
específicamente humano. La muerte afecta a la totalidad del hombre y
no únicamente a su cuerpo. Si el cuerpo es afectado y constituye una
parte esencial del alma, entonces también el alma queda envuelta en
el círculo de la muerte. Además, la muerte humana no es algo que
llegue como un ladrón al final de la vida: está presente en la
existencia del hombre, en cada momento y siempre, a partir del
instante en que el hombre aparece en el mundo55. Las fuerzas se
van gastando, y el hombre va muriendo a plazos, hasta acabar de
morir. La vida humana es esencialmente mortal o, como dice san
Agustín, en el hombre hay una muerte vital56. La muerte no existe.
Lo que existe es el hombre moribundo, como un ser para la muerte.
Esta no viene desde fuera, sino que crece y madura en la vida del
hombre mortal. De esta forma, la experiencia de la vida coincide con
la experiencia de la muerte. Prepararse para la muerte significa
prepararse para la vida verdadera, auténtica y plena. De ahí se sigue
que la escatología no está aislada de la vida y proyectada hacia un
futuro distante, sino que es un acontecimiento de cada instante de la
vida mortal. La muerte acontece continuamente, y cada instante
puede ser el último.

La muerte como escisión
MU/NACIMIENTO: MU/CRISIS-BIOLOGICA: El último instante de la
muerte vital o de la vida mortal tiene carácter de ruptura, pero no
entre el alma y el cuerpo (porque éstos no son dos cosas que puedan
separarse, sino únicamente dos principios metafísicos). La ruptura se
da entre un tipo de corporalidad limitado, biológico, restringido a un
pedazo de mundo, esto es, al cuerpo, y otro tipo de corporalidad y
relación con la materia ilimitado, abierto y pancósmico. Con la muerte,
el hombre-alma no pierde su corporalidad, pues ésta le es esencial,
sino que adquiere otro tipo de corporalidad más perfeccionada y
universal. El hombre-cuerpo, como nudo de relaciones con la totalidad
del universo, puede ahora, al fin, por vez primera en la muerte,
realizar la totalidad, que ya en la situación terrestre podía vislumbrar y
sentir parcialmente. El hombre-alma, por la muerte, es introducido en
la unidad radical del mundo; no deja la materia, ni puede dejarla,
porque el espíritu humano se relaciona esencialmente con ella. Por el
contrario, la penetra mucho más profundamente en una relación
cósmica total, baja al corazón de la tierra (Mt 12,40). La muerte es
semejante al nacimiento. Al nacer, la nueva creatura abandona la
matriz que la alimentaba, pero que poco a poco se había hecho
sofocante. Pasa por la crisis más penosa de su vida fetal, a cuyo
término irrumpe en un mundo nuevo y en una nueva relación con él.
Es empujada por todos lados, apretada, casi sofocada y arrojada
fuera, sin saber que después de este paso la espera el aire libre, el
espacio, la luz y el amor 57. Al morir, el hombre atraviesa una crisis
biológica semejante a la del nacimiento. Se debilita, va perdiendo el
aire, agoniza y es como arrancado del cuerpo. No experimenta aún
cómo va a irrumpir en horizontes más amplios que le hacen comulgar,
de forma esencial, profunda y perfecta, con la totalidad de ese
mundo58. La placenta del recién nacido en la muerte no está ya
constituida por los estrechos límites del hombre-cuerpo, sino por la
globalidad del universo total.
La escisión asume aún otro aspecto: marca el término de la vida
terrestre del hombre, no sólo en su sentido cronológico, sino
principalmente humano. La muerte establece un término al proceso de
personalización dentro de las coordenadas de este mundo biológico y
espacio-temporal. La teología dirá que el último instante de la vida y la
muerte inauguran el fin del status vitae peregrinantis y el encuentro
personal con Dios.
Si la muerte significa un perfeccionamiento del hombre debido a su
relación más íntima con el universo, entonces posibilita también la
plenitud del conocer, del amor, de la conciencia. Como ha señalado
M. Blondel, nuestra voluntad, en su dinamismo interior, no se agota ni
se satisface plenamente en ningún acto concreto: no quiere
simplemente esto o aquello, sino la totalidad. La muerte significa el
nacimiento del verdadero y pleno querer. El hombre conquista por fin
su libertad, desinhibido de los condicionamientos exteriores, de la
propia carga arquetípica inconsciente, del superego social, de las
propias neurosis y mecanismos represivos. La personalidad, con todo
lo que ella construyó en su vida terrestre, puede ejercer su voluntad
en el vastísimo campo operacional del universo.
J. Marechal y H. Bergson descubren la misma estructura del querer
en el conocer, en el sentir y en el recordar. En el hombre reina un
dinamismo insaciable que le lleva a no agotar jamás su capacidad de
conocer, sentir y recordar. Ningún acto concreto resulta adecuado al
impulso interior. La muerte abre la posibilidad a la total reflexión y a la
inmersión en el horizonte infinito del ser. La sensibilidad humana, en
una vida terrestre limitada por la selección natural de los objetos
sensibles, se libera al fin de estas trabas y puede abrirse a una
capacidad inimaginable de perfecciones. La muerte es el momento de
la intuición profunda del corazón del universo y de la presencia total
en el mundo y en la vida.
G. Marcel ha llamado la atención sobre el dinamismo inmanente del
amor humano, que se define como donación y entrega, de tal suerte
que sólo en el amor se posee lo que se da. En la condición terrestre,
el amor nunca puede ser donación total debido a la autoconservación
congénita del ser viador. La muerte implica la total entrega de nuestro
modo terrestre de existencia. Este hecho permite a la persona
entregarse completamente con la más pura libertad. En la muerte, el
hombre entra en comunión radical con toda la realidad de la materia.
Los filósofos E. Bloch y G. Marcel han analizado en especial la
dimensión «esperanza» en el hombre, que no debe ser confundida
con la virtud: esta dimensión es un verdadero principio en el hombre
que da cuenta del extraordinario dinamismo de su acción en la
historia, de su capacidad utópica y de su orientación hacia el futuro.
Aparece como verdadero no lo que es, sino lo que vendrá. El hombre
no es nunca una síntesis completa. Su futuro, que vive como
dimensión, no puede ser manipulado ni totalmente agotado en un acto
concreto; sin embargo, pertenece a la misma esencia humana. La
muerte creará la posibilidad de que el ser y el será se conviertan en
un plano es, en un futuro realizado. La muerte como escisión se
revela principalmente en el momento en que la curva de la vida
biológica se cruza con la curva de la vida personal. La primera está
constituida por el hombre exterior, que nace, crece, llega a la
madurez, envejece y va muriendo biológicamente cada momento
hasta acabar de morir. La otra curva está constituida por el hombre
interior: a medida que va envejeciendo biológicamente, crece en él un
núcleo interior y personal: la personalidad. La enfermedad, las
frustraciones y las demás energías del hombre exterior pueden servir
de trampolín para un mayor crecimiento y madurez de la personalidad.
En sentido inverso a la curva biológica que va decreciendo, la curva
de la personalidad va creciendo y abriéndose cada vez más a la
libertad, al amor y a la integración hasta acabar de nacer. La muerte
llega cuando ambas curvas se cruzan y cortan.
MU/DESARROLO-HUMANO: El desarrollo pleno del hombre interior
(personalidad) exige la muerte del hombre exterior (vida biológica)
para poder seguir desarrollándose. Por eso la muerte, para los santos
y los hombres de gran individualización de la personalidad, es como
una hermana, como el paso necesario a otro nivel de vida personal y
libre de mayor plenitud. Como para los antiguos cristianos, la muerte
surge entonces como el vere dies natalis, como el verdadero día del
nacimiento en el que el hombre realiza plenamente su ser auténtico
para siempre. En el decurso de la vida, los actos de nuestra libertad
personal tienen un carácter preparatorio y nos educan para la
verdadera libertad. «Muriendo -decía Franklin- acabamos de
nacer»63.

La muerte como decisión
MU/DECISION: Si el momento de la muerte constituye, por
excelencia, el instante en que el hombre llega a una completa
madurez espiritual y en el que la inteligencia, la voluntad, el sentir, la
libertad pueden ser ejercidos sin traba alguna y en conformidad con
su dinamismo natural, entonces se da por primera vez la posibilidad
de una decisión totalmente libre que expresa la totalidad del hombre
ante Dios, ante Cristo, ante los demás hombres y el universo. El
momento de la muerte rompe con todos los determinismos; el
verdadero ser del hombre escoge las relaciones con la totalidad que
lo constituirán como personalidad abierta a todos los seres. Inmerso
en el espacio y en el tiempo terrestre, el hombre era incapaz de
expresarse totalmente en un acto definitivo. Todas sus decisiones
eran verdaderas, pero precarias y mudables. Debido a su
ambigüedad constitutiva, ninguna de ellas podía surgir con un
carácter definitivo que implicase por sí solo el cielo o el infierno. En la
muerte (ni antes ni después), es decir, en el momento del paso del
hombre terrestre al hombre pancósmico, libre de todos los
condicionamientos exteriores, en la posesión plena de sí como historia
personal y con todas sus capacidades y relaciones, se da una
decisión radical que implica el destino eterno del hombre. En ese
momento de total conciencia y lucidez, el hombre conoce lo que
significan Dios, Cristo y su autocomunicación, cuál sea el destino del
hombre, sus relaciones de apertura a la totalidad de los seres.
Entonces es cuando, conforme con la personalidad que él se forjó a lo
largo de su vida, totalizando todas las decisiones tomadas, puede
decidirse por la apertura total que implica salvación o por el cerrarse
sobre sí mismo que excluye la comunión con Dios, con Cristo y con la
totalidad de la creación.
La muerte es un penetrar en el corazón de la materia y de la unidad
del cosmos. En ella tiene lugar un encuentro personal con Dios y con
Cristo resucitado, que llena todo con su presencia, el Cristo cósmico.
Ahora, en la mejor oportunidad, puede el hombre decidirse de la
mejor forma, totalmente libre de coacciones exteriores y definitiva. En
ese encuentro con Dios y con la totalidad se da el juicio y también el
purgatorio como proceso de purificación radical. Delante de Dios y de
Cristo, el hombre descubre su ambigüedad, pasa por una última crisis
cuyo desenlace es un acto de total entrega y amor o de cerrazón y
opción por una historia sin otros y sin nadie. Esta decisión produce
una escisión definitiva entre el tiempo y la eternidad, y el hombre pasa
de la vida terrestre a la vida de comunión íntima y facial con Dios o de
total frustración de su personalidad, llamada también infierno.

La muerte, fenómeno natural y consecuencia del pecado.
MU/FENOMENO-NATURAL MU/CASTIGO-P: Hasta aquí hemos
visto que la muerte pertenece al mismo contexto de la vida terrestre.
Esta es siempre vida mortal o muerte vital. Mucho antes de que en la
evolución surgiera el hombre mortal, ya se consumían las plantas y
morían los animales. Este dato tiene su importancia, porque la Biblia y
la teología presentan la muerte como consecuencia del pecado del
hombre. Pablo dice claramente que «la muerte entró en el mundo a
través del pecado» (/Rm/05/12; Gn 3). El segundo Concilio de Orange
(529) y después el de Trento (1546) lo subrayan con igual claridad: la
muerte es el precio del pecado (DS 372 y 1511). ¿Cómo se ha de
entender esto ?
Al parecer, la sentencia bíblica y conciliar se opone a lo que hemos
expuesto hasta aquí. Pero una reflexión más atenta sobre el sentido
de esta afirmación nos hará comprender la validez (de las dos
posturas, la que afirma que la muerte es un fenómeno natural y la que
sostiene que la muerte es consecuencia del pecado. La teología
clásica, sobre todo a partir de san Agustín, ha enseñado siempre que
la muerte es un fenómeno natural por cuanto la vida biológica va
desgastándose hasta que el hombre termina sus días. No cabe decir
que el hombre no puede morir (non posse mori). Constitutivamente es
un ser mortal. No obstante, en virtud de su orientación originaria hacia
Dios y en su primera situación, el hombre primitivo (Adán) estaba
destinado a la inmortalidad. El podía no morir (posse non mori).
«Cuando la fe nos enseña esto -como bien dice K. Rahner en su
célebre ensayo sobre el Sentido teológico de la muerte- no nos dice
que el hombre paradisíaco, de no haber pecado, habría prolongado
indefinidamente la vida terrena. Podemos decir, sin ningún reparo,
que el hombre habría terminado su vida temporal. Habría
permanecido en su forma corporal, pero su vida habría llegado a un
punto de consunción y de plena madurez partiendo de dentro... Adán
habría tenido una cierta muerte». Lo cual quiere decir que habría una
escisión entre la vida terrestre y la vida celeste, entre el tiempo y la
eternidad. Habría un paso y, por tanto, muerte en el sentido antes
explicado. Pero tal muerte estaría integrada en la vida. Debido a la
armonía total del hombre, no sería sentida como pérdida, ni vivida
como un asalto, ni sufrida como un despojamiento. Sería un paso
natural, como natural es el paso del niño del seno materno al mundo,
de la infancia a la edad adulta. Alcanzada la madurez interior y
agotadas las posibilidades para el hombre cuerpo-espíritu en el
mundo terrestre, la muerte lo introduciría en el mundo celeste. Adán
habría muerto como el pequeño príncipe de Antoine de Saint-Exupéry,
sin dolor, sin angustia y sin soledad.
Sin embargo, debido al pecado original que afecta a todos los
hombres, y debido también al pecado personal, la muerte ha perdido
su armonía con la vida. Se siente como un elemento que aliena y roba
la existencia. Es miedo, angustia y soledad. La muerte concreta e
histórica, tal como es vivida (vivir la muerte y morir la vida son
sinónimos), es fruto del pecado. De una parte, es natural como
término de la vida. De otra, en la forma alienante en que se sufre, es
antinatural y dramática.
La muerte implica una última soledad. Por eso el hombre la teme y
huye de ella, como huye del vacío. Simboliza y sella nuestra situación
de pecado, que es soledad del hombre que ha roto su comunión con
Dios y con los otros. Cristo asumió esta última soledad humana. La fe
nos dice que él descendió a los infiernos, esto es, pasó los umbrales
del vacío radical existencial, para que ningún mortal pudiese en lo
sucesivo sentirse solo.
El hombre puede integrar la muerte en la vida, abrazándola como
total despojo y último acto de amor, como entrega confiada. El santo y
el místico, como la historia demuestra, pueden integrar
paradisíacamente la muerte en el contexto de la vida y no ver en ella
una usurpadora de la vida, sino a la hermana que nos libera y nos
introduce en la casa de la vida y del amor. Entonces el hombre
aparece libre y liberado, como un Francisco de Asís. La muerte no le
hará ningún mal porque es el paso para una vida más plena.
....................
55 Recordemos la conocida frase de Heidegger: «Cuando el hombre comienza a
vivir ya es suficientemente viejo para morir»; Sein und Zeit (Tubinga 1953) 329.
56 Confesiones, 1,6: «dicam mortalem vitam an mortem vitalem nescio».
57 Cf. R. Troisfontaines, op. cit., 109.
58 L. Boros, op. cit., 88; íd.
63 R. Troisfontaines, op. cit., 118-119.

LEONARDO BOFF
JESUCRISTO Y LA LIBERACIÓN DEL HOMBRE
EDICIONES CRISTIANDAD. MADRID 1981.Pág. 520-527

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